Alex Segovia Octubre 2002


Buenos Aires, año 1968, un lugar de del conurbano, eran épocas dónde las fábricas funcionaban, con ruidos y olores de producción y trabajo, con gente que transpiraba se cansaba, se levantaba temprano para ir a trabajar, lejos estaba Perón, Evita ya había muerto, pero ambos ocupaba lugar en el corazón y en la boca de la gente, o por lo menos de la gente que con presencia y ausencia merodeaba por los alrededores.-


Lejos se escuchaban los ruidos de un Mayo francés, mas cerca de un Cordobazo, El che tirando tiros por América, en mi barrio ensayábamos la revolución en nuestro baldío, con linyeras que nos prestaban sus miradas.-

Era Invierno, un invierno de silencio y frío, en un comedor dónde lo único que sonaba era “El amor tiene cara de mujer”, vaya paradoja para un lujurioso, un teleteatro, un melodrama, la vida por televisión, con el protagonista de todas nuestra comidas, el aparato que encabezaba la mesa, el único que hablaba y todos escuchaban.-

Entonces ingresa a mí, el aburrimiento, mi compañero inefable, recorro los mosaicos de granitos que poblaban ese comedor, atrás ya quedó mi cuarto, ese temible cuarto, que compartía con mis padres, ese sofá que apoyaba debajo de una gran ventana, portadora de mis más grandes miedos, nunca atendidos ni nunca oídos, cuidándome de no apoyarme en esa pared con tanta humedad, ese envase de mis pesadillas nocturna.-

Puedo dar cuenta que mis pasos son premeditados, uno tras otro, elijo cada lugar de una manera preparada, son mis pasos, mis mosaicos fríos que tan bien conozco, abro la puerta una primera gran puerta, sabiendo de antemano que nadie registra mi ausencia, no hacía falta que sea sutil, tampoco grosero, solo marchar hacia el afuera.-
Primera etapa concluida, ya estoy en la antesala del afuera, un gran patio, con mosaicos también de granito 15 x 15, pero con distintos colores y motivos, penas diferentes para cualquier mirada ingenua, no para la mía, que quizás ya a esta altura no era tan ingenua, ni tan liviana a pesar de mi poco peso, mucha delgadez, quizás para ocupar poco espacio, para aceptar eso que me daban, y sabiendo que no había más que eso, más allá que fantaseaba que me merecía mucho más, y siempre lo iba a buscar afuera, ese gran tesoro escondido, abandonado.-

Marcho con pasos firmes hacia una gran puerta de chapa, de hierro, una mezcla de puerta de palacio y de prisión, no pudiendo determinar cuál era el afuera y cual era al adentro, nunca lo pude determinar, mi paso se iba demorando, me demoraba la ilusión de escuchar un “-Alex, no te vayas, no salgas-”, pero era solo otra ilusión silenciosa, dolor sordo que iba habitando mi pequeño ser, todo un hombre de siete largos años.-

Tomo el picaporte, y lo jalo como si fuera un gatillo, una decisión cuidadosa, medida, conocida, sin tener en claro si abro o cierro esa gran puerta, no hay sensaciones, hay algo para hacer, y no puedo dilatar la acción, comienzo a caminar, mis sensaciones regresan a mi cuerpo, la puerta simplemente la empujo tras de mí, sin siquiera mirar, ya que no hay que mirar, solo caminar sin apuro, nadie me persigue, lamentablemente, solo con mi cuerpo, solo con mis sensaciones, preparado para mi búsqueda.-

Comienzo a hacer un rápido chequeo automático, silencioso, miro mis pies junto a esas baldosas, teniendo cuidado de no caer ese gran pozo negro, que la realidad me marcaba que se alojaba todos los desechos de mi familia, la mierda pura excrementada de cada uno hasta las más pequeñas cacas mías, cada segundo era años que transcurrían, pero para mí era mas que un pozo negro (Cloacas), era como la fosa de un castillo o una cárcel según como lo quisiera ver, y de última es lo mismo, un lugar para que nadie entre ni para que nadie escape o salga, un lugar de confinamiento, confinamiento de mi inocencia.-


Tomo conciencia de mis pies, mis calzados siempre eran un número menos, que el tamaño de mi pie, mi caminar era defectuoso, pero lo podía soportar, jugaba con el dibujo de esas baldosas, algunas ya estaban impregnadas en mis rodillas, de alguna certera caída, y señaladas como marca de mi torpeza por severos correctores de mis errores.-

Voy recorriendo mi pasillo, mi pista de dinenti o payana, según el nombre que quieran darle a ese noble juego, un viejo zaguán, que alojaba promesas de algún enamorado, anhelando que algún día lo puebla con algún amor de mi vida, de mi futura vida.-

Recorro ese pasillo, como si fuera un túnel, con una luz que ilumina su entrada, cuando estoy por llegar a la puerta, que separa el túnel del afuera, miro hacia mi izquierda y veo unos cables que cuelgan de un tablero, prolijamente encintados unidos, los miro, y es como que me siento atraído e inquieto, queriendo descubrir que había debajo de esa cubierta.-

Pensaba si alguien se había tomado semejante trabajo, seguro que había algo valioso debajo, entonces comienzo mi trabajo, comienzo a despegar esa cinta entelada negra, tan adherida, y comienza mi primer misión, descubrir que había debajo.-

Y bueno me encuentro con dos cables, que a su vez estaban encintados de forma separados, y bueno prosigo, elijo cuál, luego de unos breves instantes de cavilación, elijo al azar uno, y sigo mi labor, esperando el encuentro con lo valioso que encerraba cada uno por su lado, despego uno y me encuentro con un inofensivo cable pelado, rojizo, con un tallo negro, como cual flor exótica, una vez concluido el primero, lo abandono y comienzo con el segundo, lo desentelo, le voy sacando la cinta de una manera lenta, pero firme, de una manera ceremonial, en búsqueda de ese gran secreto, y me encuentro con otra flor exótica idéntica a la anterior, y con el último resto de cinta, la despego de un tirón y los dos cables, las dos flores se tocan, como en cámara lenta voy viendo como una va en busca de la otra, como un romance cortado, como dos enamorados que se anhelan, se desean.-

Y sobreviene de golpe la realidad…

LA EXPLOSIÓN,

 Si mucho ruido, mucho humo, mucho susto, pero no había mucho lugar para el miedo, entre humo y ruido me dispuse a correr en la oscuridad, con pasos muy largos.-
Las explosiones las sentía muy profundas en mi ser, en mis necesidades, mis gritos más primales se emitían en mis entrañas, los colores se reproducían en mi interior, y las proyectaba en ese ruido de afuera, que también era de adentro, eran unos instantes de perplejidad, de necesaria perplejidad, miraba y me miraba,
Me sentía como un soldado en Vietnam, huyendo del enemigo, entre balas y morteros, el frío era serio se hacía sentir, la adrenalina iba bajando, había cruzado una avenida sin siquiera mirar, y ya me hallaba del otro lado, en la Gomería, no había sol, muchas nubes blancas, esas que duelen los ojos, no podía precisar, si mi ardor visual, era producto del humo de la explosión, del frío o que, pero tampoco me interesaba averiguarlo.


Creyendo que ya lo peor había pasado, me dispongo a jugar con un Críquet, esos que se usan para levantar los autos para cambiar los neumáticos de los autos, una tarde muy gris de invierno, un solo invierno, un invierno solo, como un desvío del tiempo, me encontraba solo con los objetos, nadie veía cerca, no había ninguna persona, una realidad sin testigos, sin una cronistas que levantaran mis propias historias, ser protagonista, testigo, cronista, todo eso con mis profundos siete años.-


Mucho frío, siempre con el menos abrigo que el que necesitaba, que el que mi temperatura demandaba, mis manos moradas, mis pies comprimidos, y esa vos que retumbaba, en mis oídos, la voz de mi padre que me acompañaba, “Arréglate sólo, no seas mariquita”.-
Miro para todos, y efectivamente no había nada, ni personas ni autos, un cielo muy blanco, como una niebla ascendida que flotaba sobre mi ser, juego con la realidad que mi fantasía transformaba en juguetes, la realidad de mentira, mis como sí cotidianos, hago un movimiento y veo como unos de mis pies queda preso de ese Críquet, mi pie izquierdo veo como irremediablemente soporta el peso de ese juguete, la realidad me devuelve su peso y su dolor, me retuerzo en mi cuerpo, como un cuerpo dentro de otro, siento como niño se empieza a aplastar como mi pie, quiero estallar en un grito, mi rostro interno muta en llanto, mi grito no alcanza a salir, mis miradas solo se desparraman a una nada irremediablemente fría, y desolada, en este mundo sin sol, con la certeza que el sol ya no saldrá más, dudando si alguna vez estuvo.-


Despego mi pie debajo de la rueda que me aplastaba, mi renguera era interna, me mutilo el dolor y el grito, total todo grito es digno, cuando es emitido para alguien, y como gritar sin dirección, adónde dirigirlo, a la nada al blanco cielo, al ilimitado horizonte a un vacío que me rodeaba, mi cuerpo físico hace chequeos, de cómo caminaba, de cuan rengo estaba, y veo que camino dolorido pero caminaba, había que seguir, ya que no tenía lugar dónde volver, no había un atrás, un niño sin pasado.-


Continúo mi caminar, me dirijo a mi baldío lugar de las basuras y de los tesoros por hallar, de las promesas, un lugar de descanso, camino entre alambres caídos y desechos de alguna fábrica que para mí eran cofres a desenterrar, camino como si fuera mi gran expedición siento que me elevo, como que floto entre todas las dimensiones, y la realidad me devuelve, sin darme cuenta siento como en mi talón derecho ingresa un clavo herrumbrado, es como si lo viera ingresar desde mi interior, sin dolor, solo lo veo lentamente como atraviesa las diferentes capas, atraviesa mi calzado, penetra la media, atraviesa mi piel, y ahí lo veo, levanto vuela con mis alas, planeo herido por ese baldío saludo a los linyeras que acarician mi existencia, mis amigos, almas que me acompañan y me saludan como quien saluda a un avión, con su sonrisa dibujada en sus rostros, con los vapores etílicos que brotan de su boca, que hacen dibujos y me lo dedican en el aire.-


Sigo volando aterrizo, apoyo las nalgas en el umbral de algún edificio, y con toda calma, sujeto el clavo, con mi pulgar y mi índice que se convierten en una poderosa tenaza, lo arranco de mis entrañas lo guardo en la alforja de mis tesoros, me saco el calzado, y luego la media, tratando que drene la sangre fuera de la media, que no dejen rastros de herida alguna, soñando que si soy descubierto sería presa de un reto, el cual nunca venía, pero me encantaba creer que me iban a retar por la suciedad, y actuaba como si tuviera padres cuidadosos, vigilantes y tiernos.-


Una vez que la sangre drena, pacientemente espero, sin dolor, ni sensación, reviso mi media, miro el paisaje de ese paraíso, esa basura que ensayaba figuras en movimiento, y empiezo que las mismas empiezan a danzar en silencio, como el cielo se abre, apenas dejando escapar un fino haz de algún sol lejano, un rayo de luz, el que sigo con mis ojos mis miradas, que alumbra, alumbra algo determinado, que no puedo divisar desde la posición que me encuentro.-
Entonces me quiero incorporar, antes presuroso, reviso la huella del pinchazo, borro los rastros, veo como la piel se comienza a cerrar, visualmente cerrada, cerrada para ojos vacíos, no para los míos, el clavo me había herido en el corazón, había herido al niño.-


Me vuelvo a colocar las medias, el calzado y levanto vuelo, me dirijo a lo alto subo pero no consigo tocar el cielo, me deslizo por el rayo y comienzo a mirar el suelo, y veo como mágicamente la basura se había despejado, dejando solo un tacho, un recipiente, desciendo, aterrizo nuevamente a la realidad, inspecciono ese recipiente, esos que contienen asfalto, es cilíndrico, metálico oxidado por afuera, con alguna etiqueta manchada y envejecida, por dentro muy oscuro, negro brillante.-
Meto la mano en mi bolsillo, y me encuentro con una caja de fósforo, cerillas, y me empeñé en tirar fósforos encendidos por la boca más pequeña, y no conseguía embocar el fósforo que yo quería, ya me estaba por dar por vencido hasta que entró uno, entonces mis conocimientos de física y química eran muy limitados, no entendía esto de la combustión, y a partir de esto aprendí lo que era la combustión…

2da. EXPLOSIÓN,


Pero algo cambia, todo se congela, miro sin poder reaccionar no puedo mover ningún músculo, el aire no corre, pero siento como que algo se empieza a desprenderse de mí, como parte de mi alma se escinde.-


Y veo como algo se materializa y se desprende de dentro de mí, miro, me miro, me mira, lo miro, se me presenta dice que es mi cuidador, y lo veo que juntaba ira, me dice que tiene que poner las cosas en orden, me dice y me digo que estuviera tranquilo, era todo muy raro extremadamente raro, era yo mismo, era mi justiciero, era yo mismo, y a la vez me sentía detenido, y cuidado, y podía dedicarme a ser niño, inmediatamente siento todo aumentado, el dolor, el frío, la luz, mientras lo veo como se marcha y me marcho con paso firme, decidido, violento, iracundo, empieza a correr con velocidad, soy yo mismo, que habita en ese cuerpo, pero es mi alma que lo acompaña, en ese fuerte cuerpo, en esa sólida decisión.-


Miro como arremete por el túnel, derriba con furia la puerta, las paredes se sacuden, a su paso las baldosas se limpian, se paran al pie de la cama de mi madre, sacude la cama con violencia, como quien flamea una sábana, mi madre no salía de su sopor, mi padre impávidamente, sale al cruce, lo toma a mi padre de mis hombros y lo empieza a sacudir, exige no pide, exige cuidado a ese niño que estaba por arder, arder de soledad de indiferencia, que se estaba quemando por dentro, y mi madre seguía durmiendo, y mi padre se desvanece y desaparece, mi cuidador se queda sin culpables, abraza mi alma, la acaricia, la cuida y camina lentamente, midiendo cada paso, volviendo de regreso me acompaña a mi cuerpo, se despide de mí, e ingresa a mí, diciéndome que el está ahí, que la búsqueda continuará…

… explota la lata, salta la tapa me pega en la cabeza, por suerte, lo que me obliga a correr la cara, y sale una llamarada para arriba que me alcanza a quemar los pelos de la cabeza, el susto que tenía era padre, me arrancaba el pelo con las manos, salgo corriendo, mis puños llevan mis pelos quemados.-


Entro a mi casa, creía que todos se iban a preocupar o retarme, y lo único que hicieron fue reírse, y me dijeron que no era nada, que me lavara, mientras seguía el amor tiene cara de mujer.-



Fin


Alex Segovia Octubre 2002